Voces desde el campo

Voces desde el campo 1

Las mujeres juegan un papel fundamental

Evangeline Gonzales, Alianza Progresista de Pescadores in Filipinas (PANGISDA-Women), Filipinas

En la actualidad, un tercio de los agricultores (34,3%) y los pescadores (34%) se consideran pobres. Esta situación se ve agravada por el autoritarismo de la administración Duterte. El gobierno abusa física, emocional y mentalmente de quienes se oponen a las políticas de Duterte, como lo demuestra el número de líderes comunitarios que han sido asesinados, torturados, criminalizados e intimidados durante esta administración. La supresión de nuestro derecho a la alimentación, nuestro derecho a la libertad de expresión y nuestro derecho a una vida pacífica refleja el fascismo de la administración Duterte.

Tenemos que superar el miedo creado por el régimen tiránico del actual gobierno. Las mujeres juegan un papel fundamental. Tienen la habilidad, el saber y la fuerza para contribuir a la lucha contra el autoritarismo y el fascismo. Bajo la dictadura de Marcos, la gente superó su miedo y se unió en la lucha para derrocar al gobierno fascista. Muchos fueron asesinados, encarcelados y fueron víctimas de desaparición forzada. Para luchar contra la dictadura de Marcos, necesitábamos una organización comunitaria hecha de forma paciente, perseverante, prudente y decidida, y concientizar para construir solidaridad y resistencia.

Necesitamos fomentar la solidaridad y la resistencia contra las leyes y políticas contrarias al pueblo, que agravan la pobreza y las dificultades que experimentamos. Una acción concreta para defender la soberanía alimentaria es oponerse a políticas como la Ley de Arancelación del Arroz y a los llamados proyectos de desarrollo como la reclamación de la Bahía de Manila. También deberíamos compartir y popularizar los saberes, prácticas y sistemas de los pueblos sobre la gestión de los recursos naturales. Debemos apoyar la producción local y ayudar a enriquecer los valores y principios de la soberanía alimentaria. Creemos firmemente que las mujeres se pondrán de pie, lucharán y combatirán por comida en la mesa para sus familias, por comida para sus comunidades, por el derecho de los pueblos a la alimentación, por la soberanía alimentaria y por el futuro.

Voces desde el campo 2

Caminando la unidad popular para resistir al conservadurismo y construir la soberanía alimentaria

Francisca «Pancha» Rodriguez, ANAMURI, Chile

La Asociación Nacional de Mujeres Rurales e Indígenas de Chile (ANAMURI) ha sido durante décadas parte de la primera línea de la resistencia al neoliberalismo, pero también de la construcción de articulación social y popular para avanzar hacia la soberanía de su pueblo. Décadas de construcción de organización y movimiento, a través de la formación política y la profundización de propuestas en alianza con diversos sectores populares para revertir los desastres del «milagro» chileno.

El «Chile despertó» de hoy no se explica sin el proceso de articulación popular recorrido durante la última década. Desde las movilizaciones estudiantiles de 2011, pasando por la plataforma de resistencia al TPP que permitió transmitir al común de la gente las implicancias del TPP en nuestro derecho a la alimentación y por ende entender que defensa de nuestra Soberanía Alimentaria no solo es un asunto del campesinado sino de todo el pueblo organizado.

La reacción popular tan fuerte a la opresión es hija de ese proceso de acumulación política y la Soberanía Alimentaria, como proyecto anti sistema que confronta al conservadurismo cultural, político y religioso, es una herramienta central para poder trabajar la soberanía popular desde un lugar concreto y diferente para las mayorías.

Voces desde el campo 3

Los principios de la democracia, base del derecho de los pueblos a la alimentación

Suraphon Songruk, Federación de Campesinos del Sur de Tailandia (SPFT) – Surat Thani, Tailandia

Los principios de la democracia son la base del derecho de los pueblos a la alimentación. Por el contrario, si un país está gobernado por un régimen autoritario, las personas se ven privadas de las libertades políticas y civiles, así como de los derechos económicos, sociales y culturales, incluido el derecho a la alimentación. En este contexto, los poderes político y económico se concentran en manos de un régimen autoritario u oligárquico que mantiene el monopolio de la producción y los sistemas alimentarios. El autoritarismo corroe los derechos de los pueblos y el control sobre sus tierras, bosques y agua como fuentes de alimentos. Las personas pierden entonces su derecho a acceder a los alimentos y a definir sus propios sistemas alimentarios.

La soberanía alimentaria promueve los derechos humanos y la dignidad. Los movimientos populares pueden utilizar legítimamente este concepto como medio, estrategia y objetivo para reunir a personas y movimientos de ideas afines con el fin de ampliar su poder de negociación. Los pueblos pueden utilizar la soberanía alimentaria para proteger sus territorios y recursos como fuentes de producción de alimentos. Es un concepto progresivo que fortalece las luchas de los pueblos. Asegura que la gente tenga alimentos seguros y crea un sistema respetuoso con el medio ambiente.

La soberanía alimentaria es el principio fundamental de la soberanía del pueblo. La construcción de la soberanía alimentaria es el punto de partida para que la gente se libere del control privado de los alimentos. Finalmente, la soberanía alimentaria permite a los movimientos populares y a los pequeños agricultores resistir al autoritarismo.

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Empresas privadas y ejército trabajan juntos

Sr. Suon Sorn, pueblo Ou Kansaeng, comunidad de Samraong, municipio de Samraong, provincia de Oddar Meanchey, Camboya

La dictadura política ha implementado un orden que permite al ejército asentarse en los bosques comunitarios, usando como justificación el conflicto en la frontera thailandesa-jemer. El ejército despeja los bosques y vende las tierras a oficiales de alto rango del gobierno, empresas privadas y otros grupos privilegiados. Estas personas robal el bosque, las fuentes de agua y los sistemas de alimentación local a las comunidades, menoscabando su derecho a la alimentación. En la estructura de gobierno de Camboya, el poder central y el control reside en el ejército, y es muy difícil para la gente hacer frente a los militares. Los problemas y los asuntos de la comunidad son ignorados por el gobierno y se violan los derechos de los pueblos a la alimentación, la tierra, el agua y los recursos naturales.

Las empresas privadas y el ejército trabajan juntos: las empresas dan dinero a los militares; los militares protegen a las empresas. Si seguimos dependiendo de estas empresas, nos enfrentaremos al desastre. La soberanía alimentaria es importante para apoyar y fortalecer nuestras comunidades, y resistir lo que imponen militares y empresas. Las empresas venden productos agrícolas que no son seguros, como fertilizantes, semillas y otros insumos. Tenemos que volver a la forma natural y ecológica. Si no apoyamos a las empresas, éstas no tendrán beneficios y no podrán apoyar a los militares. Podemos empezar a pequeña escala, construir comunidades basadas en la solidaridad y el intercambio, y contribuir a cambiar el sistema a partir de nuestras comunidades. La sociedad civil y las comunidades camboyanas pueden pensar que «soberanía» es un término complicado de entender al principio, pero la educación popular, la formación, el intercambio de conocimientos y los debates sobre los principios y valores de la soberanía alimentaria atraerán a más personas al movimiento.

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Agricultura en Palestina: pilar de perseverancia y soberanía

Joseph Schechla y Murad al-Husani de la Red por los Derechos a la Vivienda y a la Tierra (HLRN), Palestina

El campesino palestino es la primera línea de resistencia frente la ocupación y la colonización, mucho más efectiva que una pobre negociación. Cabe destacar que la mayoría de las tierras agrícolas (67%) de la Ribera Occidental de Palestina están clasificadas como «área C», según los Acuerdos de Oslo. Esas tierras se encuentran, en su totalidad, bajo el control directo de la ocupación militar. Allí, los ocupantes buscan concentrar a los palestinos en centros urbanos, llamados áreas A (los restos del estado palestino), con el objetivo de evitar su presencia en las tierras.

Las fuerzas israelíes emiten órdenes militares que sustituyen el derecho soberano – violando la Convención de La Haya (Artículo 43) – y obstaculizando todos los aspectos del sector agrícola, evitando que los palestinos tengan acceso a sus tierras y las cultiven. Esto causa la deserción y el abandono de las tierras agrícolas, tras lo cual Israel impone el pretexto «legal» que las tierras están «inexplotadas». Este bloqueo legal provoca que la propiedad de la tierra sea devuelta al «estado» ocupante. Las siguientes estadísticas muestran la magnitud y la intensidad del ataque de la ocupación Israelí contra la agricultura indígena:

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Esto muestra claramente la astucia de la ocupación para suprimir la agricultura como forma eficaz de resistencia contra la colonización. Por lo tanto, son las manos firmes de los campesinos las que plantan las emblemáticas aceitunas en los territorios ocupados de Palestina, y sus pies los que les dan fertilidad a las tierras. El aliento de los campesinos da brillo y sabor a sus frutos, ya que el vínculo simbiótico del agricultor palestino con la tierra le ha conferido su identidad indeleble.

Cuadros

Cuadro 1

Violencia y capitalismo

La violencia y el capitalismo no son dos conceptos ajenos el uno al otro. En realidad, son hermanos gemelos. Las condiciones necesarias para la emergencia del capitalismo de los siglos XV y XVI fueron la expulsión violenta de los campesinos de las tierras comunales de Europa y el saqueo colonial, el genocidio y la esclavitud del Sur global.  Este caldo de cultivo tóxico desembocó en lo que Marx llamó  “acumulación primitiva” de riqueza que produjo el capitalismo.

En la actualidad, en lo que se ha descrito como “acumulación por desposesión,” el afán de lucro a escala global se manifiesta mediante el despliegue de la fuerza  para convertir en materias primas los territorios y recursos comunales, que durante mucho tiempo habían resistido al proceso. Ya sean los pueblos indígenas del Amazonas, los pequeños agricultores de Honduras, el pueblo Maasai protegiendo sus tierras frente al acaparamiento patrocinado por el gobierno en el Serengueti en Tanzania, o los millones de Adivasis o pueblos tribales defendiendo los territorios forestales en India, la combinación devastadora de la expansión  capitalista y la acción de los Estados que la apoyan está desplazando a millones de personas.  

El uso notorio de la fuerza no se produce únicamente cuando el capitalismo se extiende y necesita expulsar a los pequeños agricultores y pueblos indígenas que se encuentran en su camino. Cuando la gente es capaz de  utilizar las instituciones democráticas para obtener reformas de modo pacífico, las élites capitalistas y del Estado suelen recurrir a medios extra-constitucionales para revertir el proceso y preservar su hegemonía económica y política. A menudo, esto desemboca en una masacre: en Indonesia, en 1965-66, los esfuerzos de reforma agraria y el cambio parlamentario pacífico provocaron a las élites que, lideradas por un régimen militar, asesinaron a entre 500.000 y un millón de personas. En Chile, en los años setenta, los militares aplastaron de modo sangriento el avance pacífico hacia el socialismo del gobierno de Unidad Popular, asesinando a miles de personas. Aunque en Chile y en Indonesia la violencia fue terrible tanto en   zonas rurales y urbanas, fue especialmente atroz en el campo, y especialmente en Chile se ensañó con los indígenas Mapuches, que defendían sus tierras comunales.

En la actualidad, la expansión del capitalismo, la mercantilización, y la salvaguarda de los sistemas de hegemonía política capitalista se combinan para promover una nueva oleada de violencia global. En Filipinas, los traficantes de droga se han convertido en el chivo expiatorio de los males del país, derivados de la alianza entre la economía neoliberal y una desigualdad rural extrema, y en los tres años y medio que el gobierno de Duterte lleva en el poder, se han producido 27.000 ejecuciones extrajudiciales. En India, el partido BJP, que ha aliado economía neoliberal y nacionalismo hindú, ha señalado a los musulmanes como los “enemigos” de la “civilización hindú”, desencadenando violencia callejera contra ellos, incluso con casos espantosos de linchamiento. 

Es desafortunado que muchos integrantes de las clases medias hayan comprado la retórica de asignar chivos expiatorios y la ideología de las fuerzas de derechas. También en el Norte global está habiendo un apoyo importante de la clase media, incluso de la clase trabajadora, a fuerzas racistas de derechas, en este caso señalando a los migrantes, a quienes se culpa de la pérdida de empleo, de la desigualdad, y de la pobreza producidas por la globalización impulsada por las compañías. El grave peligro que existe, es que demagogos como Trump, como los partidarios del Brexit, Marine Le Pen en Francia y Viktor Orban en Hungría, puedan transformar el sentimiento masivo anti-migrantes en movimientos como los del fascismo clásico que asoló Europa en los años treinta del siglo pasado.  

Más que nunca, la demanda de justicia y paz precisa de la creación de un frente lo más amplio posible contra el capitalismo y a la violencia fascista.

Cuadro 2

Contra el conservadurismo resistimos para vivir, marchamos para transformar!

El conservadurismo es fundamental para el ascenso de la extrema derecha. Su avance, en los gobiernos autoritarios de todo el mundo, manipula el ideal de la familia heteropatriarcal para reforzar la división sexual del trabajo y la responsabilidad de las mujeres en el trabajo reproductivo de la vida. Las fuerzas de extrema derecha atacan el derecho al aborto, persiguen las sexualidades disidentes, fomentan la violencia y el acoso contra las mujeres, institucionalizan el racismo. Se trata de una agenda antifeminista que, en algunos países y territorios, se asocia con el discurso antioccidental. En otros, clasifica como «desorden» las acciones de las mujeres organizadas en movimientos de base. En común, son regímenes que ejercen una violencia brutal contra las mujeres que lideran procesos de resistencia.

El capitalismo avanza sobre los  cuerpos de las mujeres, sobre su  trabajo y sobre la naturaleza, fortaleciendo el poder corporativo y expandiendo la militarización. En muchas partes del mundo, las mujeres están en la primera línea de la resistencia. Han demostrado una gran capacidad de movilización: el reto es ampliar la organización permanente y popular. Esto requiere enfrentar el capitalismo autoritario y construir procesos capaces de reorganizar la economía, poniendo la sostenibilidad de la vida en el centro. Y para confrontar el nacionalismo con el internacionalismo y la solidaridad entre los pueblos.

Para las mujeres, que hoy están bajo ataque, construir alianzas es más importante que nunca. Pues el neoliberalismo se presenta diverso, fragmentando identidades y despolitizando luchas históricas. El feminismo no es para pocas, es un proyecto de igualdad, libertad y autonomía para todas, lo que solo será posible con una transformación sistémica, con soberanía y autodeterminación de los pueblos. Las mujeres se reconocen en la resistencia que salva vidas y garantiza la comunidad común. Por lo tanto, el lema de la Marcha Mundial de las Mujeres en la 5ª Acción Internacional, en este 2020, es Resistencia para vivir, marchamos para transformar!

Cuadro 3

Redes sociales: promoción de odio y maximización de ganancias y control social

Notícias falsas, manipulación de datos, promoción de odio, racismo y misoginia. Es cada vez más evidente que los usos y abusos de la extrema derecha en las redes sociales digitales forman parte de su estrategia de poder. No solo para ganar elecciones, sino también para fomentar la naturalización de la violencia como parte del sentido común que el capitalismo autoritario necesita para imponerse destruyendo valores democráticos.

Esos usos y abusos tienen lugar en infraestructuras corporativas a las que una parte significativa de la población está conectada, como es el caso de Facebook. No son espacios públicos ni democráticos. Por el contrario, los algoritmos y alcances son definidos por una empresa que tiene como práctica la opacidad y que se enriquece con la recopilación y manipulación de datos. No se divulga, ni está en discusión su funcionamiento, y a los usuários nos resta ‘aceptar’ los términos y condiciones aplicables, aunque sepamos que Facebook hace experimentos, manipulando sentimientos, necesidades y opiniones, y fomentando extremismos.

Los datos se convirtieron en capital. Y los datos no están ahí para ser recolectados, sino que son producto de la vida y las relaciones de la gente. Sea por medio de las aplicaciones de teléfonos o por los sensores en las ciudades, la vigilancia masiva coordinada entre corporaciones y Estados es parte de la maximización de ganancias. Y, como tal, no es aislada sino sistémica.

El racismo y el odio a los pobres y a las mujeres no se multiplican solo como idea, sino que están en el cotidiano generando un fascismo social. Lo virtual se nutre de vidas concretas de personas que a diario batallan contra unas condiciones de vida con creciente precariedad y violencia. Lo virtual tiene una base material, que impulsa y necesita del extractivismo, la energía y los territorios concretos para almacenar y procesar tantos datos.

La construcción de contrahegemonía nos exige mucho más que una buena estratégia de comunicación en redes sociales. Es un desafío de largo aliento que pasa por ampliar nuestras alianzas anticapitalistas con quienes dan la batalla en lo digital, enfrentando la opacidad y construyendo tecnologías libres y no propietarias.[1]

Cuadro 4

La producción campesina de alimentos: la piedra en el zapato del sistema capitalista. Desafíos y potencialidades de la lucha por soberanía alimentaria ante la ola conservadora mundial

Una parte sustancial de la disputa contra el sistema capitalista se libra en el campo, en la producción de alimentos. El avance de la ultraderecha en diversas partes del mundo multiplica las amenazas y las gravísimas violaciones de derechos humanos que ya sufrían quienes trabajan la tierra.

En Brasil, que lidera los índices de violencia contra la población rural, 1.678 campesinos/as fueron asesinados/as de 1985 a 2003, según la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT); Global Witness advirtió que 2017 fue el año más sangriento en el mundo rural -desde que esa ONG tiene registros-: fueron ultimados 207 campesinos/as, activistas comunitarios, indígenas y ecologistas.

En los últimos años, el agronegocio se transformó en la principal causa de los conflictos en el medio rural. Las grandes transnacionales agroindustriales, el débil rol de los Estados (por inacción o connivencia) y los abusos empresariales en cada país, le dieron algunas vueltas de tuerca más a una maquinaria ya sanguinaria, que refuerza el control del capital sobre los bienes naturales con la nueva oleada fascista mundial.

“No podemos lograr soberanía alimentaria si no podemos recuperar el control sobre nuestras comunidades y territorios, y si no podemos arrebatarle a las corporaciones el control que tienen sobre los alimentos”, advirtió el dirigente campesino Carlos Marentes, referente histórico de La Vía Campesina (LVC) y representante de la organización Proyecto de los Trabajadores Agrícolas Fronterizos, en América del Norte.

El neofascismo está representado en la alianza agronegocio-narcotráfico-militarización, que amenaza y despoja constantemente a las comunidades, desmantela políticas públicas y pretende volver al modelo de familia patriarcal para que las mujeres y jóvenes no sean actores claves del cambio de sistema, opinó la agrónoma feminista Miriam Nobre (Marcha Mundial de Mujeres Brasil).

Desde África Meridional, enfrente a  los regímenes represivos, y las autoridades tradicionales, que controlan territorios y toman decisiones que quitan el sustento a la gente, Mercia Andrews (Asamblea de Mujeres Rurales) nos dijo que : “Es importante que las organizaciones, los movimientos campesinos, los movimientos de agricultores, resistan este nivel de violación de sus derechos. La Asamblea de Mujeres Rurales en muchos casos se une a los movimientos de agricultores, a los movimientos campesinos y nos hemos unido a campañas que dicen que tenemos derecho a decir NO”.

En Europa, el movimiento fascista plantea un “falso proteccionismo” y la xenofobia, advirtió Andoni García, del Comité Coordinador ECVC. “La Soberanía Alimentaria (en cambio) supone un freno al movimiento fascista porque habla de derechos, de políticas públicas hechas desde el derecho a proteger las agriculturas locales, las culturas campesinas, respetando los derechos individuales y colectivos, en solidaridad y no con confrontación”, agregó.

A ese falso proteccionismo, que muchas veces remite a nacionalismos exacerbados, también se refirió Roma Malik, que además subrayó la importancia de que la lucha por la soberanía alimentaria de las organizaciones campesinas esté vinculada al derecho a la tierra. “Las compañías [multinacionales] vienen en gran cantidad, construyen represas, centrales eléctricas, privatizan los ríos, talan los bosques, asesinan a la gente, o la expulsan de sus tierras y hogares. Así que en ese sentido la lucha por el derecho a la tierra es una lucha contra los gobiernos fascistas también”, dijo.

Marentes añadió que la soberanía alimentaria “es una de las metas para enfrentar esta guerra que se ha desatado contra los pobres, en un sistema más salvaje y depredador, que sigue empeñado en asegurar que las corporaciones multinacionales controlen la producción de alimentos, los medios de producción y la naturaleza”. La clave está en el trabajo de organización y concientización para defender el derecho a la vida, a la alimentación, a la tierra y a proteger los recursos naturales.


[1] Más información sobre este tema en el boletín Nyéléni núm. 37 sobre La digitalización del sistema alimentario.

Destacados

Un vistazo a las tendencias políticas contemporáneas


«No hay ninguna duda de que aumentan por todo el mundo movimientos inflamados, llamémosles fascistas, autoritarios, populistas o contrarrevolucionarios, que desdeñan las ideas y prácticas de las democracias liberales y apoyan el uso de la fuerza para resolver conflictos sociales arraigados.»
Walden Bello, Counter Revolution, the Global Rise of the Far Right (Contrarrevolución, el ascenso mundial de la extrema derecha), Pág. 3. Fernwood Publishing, 2019.

Para muchos de nosotros, hacer frente, resistir y vivir bajo regímenes de autoritarismo extremo no es nada nuevo: las historias de muchas sociedades/naciones están marcadas por periodos en los que los líderes políticos han utilizado una combinación de carisma personal, fervor religioso, inseguridad económica, miedo de «los otros» y promesas de restaurar gloriosos legados (normalmente imaginarios), para imponer regímenes políticos que benefician a determinadas clases, credos y grupos sociales a la vez que reprimen los derechos y libertades fundamentales y la dignidad de otros. En numerosas ocasiones hemos comprobado en regímenes coloniales, de apartheid, fascistas, militares, dictatoriales e incluso en democracias, cómo la sinergia tóxica de intereses promovida por motivos de clase, cultura, religión e ideología puede producir opresión, violencia extrema y terror.

Más recientemente, hemos visto el auge de regímenes autoritarios que parecen ser por un lado consecuencia de las crisis estructurales creadas por el capitalismo neoliberal, y por otro, paradójicamente, de la respuesta de las fuerzas de izquierda y movimientos populares progresistas frente al ataque violento del neoliberalismo. El neoliberalismo y la globalización impulsados por las compañías, no solamente han sido incapaces de proporcionar bienestar social y económico para la mayoría, sino que han destruido el medio ambiente, han debilitado los derechos de los trabajadores y de los pequeños productores de alimentos, han socavado las organizaciones de la clase trabajadora, han afianzado la desigualdad y han aumentado el hambre y la desnutrición. Las clases bajas y medias han visto devaluarse sus ahorros y aumentar sus deudas por la desregulación financiera y la prioridad que se ha dado a los intereses empresariales sobre los públicos. La gente se ha movilizado para demandar cambios, pero ha habido dos tendencias importantes que han permitido que las fuerzas reaccionarias secuestraran esas demandas: 1) las alianzas incómodas selladas en muchos países por fuerzas políticas de izquierda con poderes gobernantes para asegurarse una posición en el sistema político; 2) la utilización de los recursos por parte de las fuerzas de derechas para construir la era de la post-verdad, que distorsiona deliberadamente la realidad para influir sobre la opinión pública y los comportamientos sociales, y reforzar el poder de las élites nacionales-mundiales.

Al aliarse con las fuerzas gobernantes, las fuerzas políticas de izquierdas no han podido mostrar en qué medida sus programas y su visión propia del cambio eran diferentes. Esto ha dejado abiertos los ámbitos político e ideológico para su captura por parte de las fuerzas de la derecha, que han aprovechado la ansiedad, la desilusión, la ira y la desesperación de los millones de personas azotados por las crisis financieras-económicas recurrentes que se han convertido en sello distintivo del capitalismo mundial y la globalización de las compañías.

Aunque las fuerzas de la derecha se presentaban como radicalmente críticas con el sistema dominante, han desviado la responsabilidad de las crisis económicas y sociales, y en lugar de achacarla al neoliberalismo, se la han atribuido a determinados sectores de la sociedad, señalándolos por su clase económica, su grupo social y su religión. Esto ha permitido que estas fuerzas hayan obtenido apoyo de una amplia franja de clases y grupos sociales —incluida la clase media y las clases acomodadas – y hayan construido movimientos en torno a los prejuicios y el odio, mientras que han dejado intacto el sistema económico capitalista. Aunque cada sistema es el producto de las condiciones históricas específicas de su región, las características expuestas anteriormente aparecen, con grados y matices diversos, en todos ellos.

A pesar de su retórica que habla de hacer frente a la degradación de las condiciones sociales y económicas, estos regímenes mantienen su adhesión al capitalismo y el neoliberalismo. Desde que han adquirido poder político, las condiciones de las clases trabajadoras rurales y urbanas no han mejorado, y los ahorros, ingresos y empleos prometidos no se han materializado. Pero las grandes empresas y las élites próximas a los regímenes gobernantes han seguido obteniendo contratos para la extracción de recursos, grandes proyectos de infraestructuras, agricultura industrial y proyectos inmobiliarios.

Muchas fuerzas de la derecha han accedido al poder como consecuencia de elecciones y alegan mandatos democráticos para implantar políticas y leyes que defienden sus propios intereses. No obstante, se oponen a la democracia liberal, en la que todos los ciudadanos, sea cual sea su clase, su cultura o religión, disfrutan de los mismos derechos, libertades e igualdad ante la ley, y en la que una oposición fuerte proporciona mecanismos correctores. Mediante la disolución de unos partidos y las alianzas oportunistas con otros, y la persecución de los discrepantes a través de los medios de comunicación o de los tribunales, neutralizan la amenaza de la oposición política de partidos y organizaciones sociales. Utilizan los procedimientos democráticos para crear sociedades mayoritarias, en las que aquellos que son identificados como minorías se enfrentan a un desapoderamiento, marginalización e inseguridad crecientes.

La reinvención de la verdad y de los hechos – a través de la creación de relatos que presentan realidades ficticias – son estrategias cruciales para los nuevos regímenes. Entre ellas se encuentran: el declive de la nación y la necesidad de líderes fuertes para devolverle su grandeza; la superioridad racial, religiosa y de género; las amenazas a la seguridad, identidad y soberanía nacional; la mejora de las condiciones económico-sociales, etc. Estos relatos son clave para que los regímenes fascistas puedan consolidar el poder, y se presentan al público a través de las noticias, redes sociales, libros de texto, películas, programas de entretenimiento y de servicio público convencionales. Estas narrativas proporcionan una lógica para criminalizar y desatar la violencia contra los que se presentan como enemigos/amenazas (determinadas comunidades de migrantes, activistas defensores de derechos, juristas, periodistas, líderes de movimientos, etc.) y mantienen al pueblo en un estado de incertidumbre y ansiedad, justificando la necesidad de una «mano fuerte» que mantenga la unidad de la nación.

Los regímenes autoritarios/fascistas amenazan la soberanía alimentaria por su oposición a los derechos de los pueblos, la igualdad, la diversidad, la autonomía local, la cooperación y la solidaridad. Apoyan la apropiación y el control de la tierra, del agua, de las semillas, de la riqueza natural, de los recursos públicos y los sistemas alimentarios por parte del capital transnacional. Impiden la intervención de las comunidades locales y suprimen las voces y acciones que tratan de construir la democracia del pueblo desde abajo.

Más información sobre la situación en Asia aquí.

Boletín núm. 39 – Editorial

La soberanía alimentaria ante el resurgimiento del autoritarismo y del fascismo

Ilustración: Rosanna Morris, rosannamorris.com

En todas las regiones del mundo asistimos al auge y la consolidación de fuerzas sociales, políticas y culturales que son racistas, xenófobas, misóginas, chauvinistas machistas, homo-lesbo-transfóbicas, anti-pacifistas, antidemocráticas y totalitarias. Estas fuerzas autoritarias populistas, dictatoriales e incluso inscritas en democracias, reciben denominaciones variadas pero se identifican por su oposición al pluralismo, a la diversidad racial, religiosa y cultural, a la equidad social, a la autonomía de género y al secularismo. Su influencia y control sobre la opinión pública se ejerce a través de discursos construidos con fragmentos de información hilvanados astutamente para presentar su propia visión de la realidad. Demonizan la verdad inoportuna tachándola de «fake news» y crean sus propios hechos, que no se basan en la realidad objetiva, sino en los valores ideológicos de sus respectivos movimientos.

Todos los sistemas políticos tienen su grado de autoritarismo. No obstante, los regímenes autoritarios/fascistas que han crecido durante la década pasada son especialmente peligrosos, debido a que reciben apoyo de segmentos transversales sorprendentemente amplios de la población de sus países y del capital transnacional. Esto les da poder para polarizar y fracturar la sociedad, y revertir logros importantes, obtenidos con gran esfuerzo, en derechos humanos, libertades civiles y buen gobierno secular, democrático.

En esta edición de la hoja informativa Nyéléni examinamos las implicaciones de estas configuraciones político-sociales para el movimiento de la soberanía alimentaria. Incidimos especialmente en el modo en que la soberanía alimentaria, es en sí misma, una estrategia de resistencia frente a la peligrosa oleada de autoritarismo que se extiende por el mundo.


Amigos de la Tierra Internacional y Focus on the Global South